Bendito fin de semana.
Bendito fin de semana. Mis ideas eran claras, amigos, alcohol, bailes, risas, risas y mas risas.
Fue un largo viaje, el día en sí había sido duro, mi mente descansaba libre de preocupaciones bañadas por un par de litros de cerveza.
Llevaba días dándole vuelta a mi mente, mi alma estaba cansada de sufrir y decidí que el amor ya no sabia a café.
Llegados a este punto, mi plan era claro; yo y mi orgullo nos quedábamos solos buscando un nuevo paradero, mejor que llorar en vela por una llamada que nunca llegaría.
Llegó la noche, agarré a un par de amigos y el corsa matrícula 6666 nos llevaba camino de lo que sería una noche increíble.
Lo mágico de Azuqueca es que, si sabes donde ir, siempre encuentras lo que buscas, lo desastre de mí es que yo no sabia qué buscaba.
Pero el destino dio una calada mas y los giros de la vida hicieron que un morenazo se bajara de el coche en el momento que yo necesitaba.
Su chupa de cuero, sus vaqueros gastados, su sonrisa nerviosa hicieron que la fiera saliera de la jaula.
La noche transcurrió como yo necesitaba, amigos, alcohol, bailes, risas, risas y mas risas.
Pero fue extraño, sentí la necesidad de acercarme mas a el y volver a oler ese perfume que, junto a esa sonrisa, me estaba dando mas de un motivo para acabar sobre el...
El coche, el humo, los cristales empañados y ese golpe seco contra los respaldos de los asientos hicieron quedarme desarmada entre esos brazos... Perfecto. Hacia escasos días estaba tapando mis errores con el carmín mas rojo que podía encontrar. Y ahora. Bueno, ahora solo sé que sus dedos rozando mis rojos labios era la medicina exacta que podía oxidar este cuerpo que no hace mas que intentar sobrevivir.
En fin, fue una buena noche, solo puedo decir, que olvidar nunca me había sentado tan bien.
Fue un largo viaje, el día en sí había sido duro, mi mente descansaba libre de preocupaciones bañadas por un par de litros de cerveza.
Llevaba días dándole vuelta a mi mente, mi alma estaba cansada de sufrir y decidí que el amor ya no sabia a café.
Llegados a este punto, mi plan era claro; yo y mi orgullo nos quedábamos solos buscando un nuevo paradero, mejor que llorar en vela por una llamada que nunca llegaría.
Llegó la noche, agarré a un par de amigos y el corsa matrícula 6666 nos llevaba camino de lo que sería una noche increíble.
Lo mágico de Azuqueca es que, si sabes donde ir, siempre encuentras lo que buscas, lo desastre de mí es que yo no sabia qué buscaba.
Pero el destino dio una calada mas y los giros de la vida hicieron que un morenazo se bajara de el coche en el momento que yo necesitaba.
Su chupa de cuero, sus vaqueros gastados, su sonrisa nerviosa hicieron que la fiera saliera de la jaula.
La noche transcurrió como yo necesitaba, amigos, alcohol, bailes, risas, risas y mas risas.
Pero fue extraño, sentí la necesidad de acercarme mas a el y volver a oler ese perfume que, junto a esa sonrisa, me estaba dando mas de un motivo para acabar sobre el...
El coche, el humo, los cristales empañados y ese golpe seco contra los respaldos de los asientos hicieron quedarme desarmada entre esos brazos... Perfecto. Hacia escasos días estaba tapando mis errores con el carmín mas rojo que podía encontrar. Y ahora. Bueno, ahora solo sé que sus dedos rozando mis rojos labios era la medicina exacta que podía oxidar este cuerpo que no hace mas que intentar sobrevivir.
En fin, fue una buena noche, solo puedo decir, que olvidar nunca me había sentado tan bien.
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